La
nieve se amontonó. Todo se calma, enmudece.
Una
casa desierta se extiende a lo largo del callejón.
Una
persona camina. Apuñalarla con el cuchillo.
Se
arrimará a la cerca y no dirá nada.
Después
se inclinará y se acostará cara abajo.
La
respiración nívea del viento
y la
niebla apenas perceptible de la tarde,
precursores
de la tranquilidad hermosa
girarán
alrededor de él con ligereza.
Las
personas acudirán corriendo como hormigas negras,
de
las calles, de los patios, y se detendrán entre nosotros.
Preguntarán
por qué y cómo lo maté,
y
nadie comprenderá cuánto lo he querido.
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