24 de abril de 2015

PAULO LEMINSKI : "Lo que pasó, ¿pasó?"




Antiguamente, se moría.
1907, digamos, eso sí
que era morir.
Moría gente todo el día,
y moría con mucho placer,
ya que todo el mundo sabía
que el Juicio, al final, vendría,
y todo el mundo iba a renacer.
Se moría prácticamente de todo.
De enfermedad, de parto, de tos.
E incluso se moría de amor,
como si amar muerte fuese.
Para morir, bastaba un susto,
un pañuelo al viento, un suspiro y ya,
allá se iba nuestro difunto
para la tierra de los pies juntos.
Cumpleaños, casamiento, bautismo,
morir era un tipo de fiesta,
una de las cosas de la vida,
cómo ser o no ser invitado.
El escándalo era costumbre.
Pero los daños eran pequeños.
Descansó. Se fue. Dios lo tenga.
Siempre alguien tenía alguna frase
que dejaba todo más o menos.
Había cosas que mataban de una.
Pepino con leche, ventarrón,
maldición de vieja y amor mal curado.
Había cosas por las que morir,
había cosas por las que matar.
El honor, la tierra y la sangre
mandó mucha gente paquel lugar.
¿Qué más podía hacer un viejo,
allá por 1916,
a no ser agarrarse una neumonía,
dejar todo para los hijos
y convertirse en fotografía?
Nadie vivía para siempre.
Al final, la vida es upa.
No dio para ir más allá.
Pero nadie tiene la culpa.
¿Quién ordenó no ser devoto
de San Ignacio de Acapulco,
Niño Jesús de Praga?
El diablo anda suelto.
Aquí se hace, aquí se paga.
Almorzó y se afeitó,
se bañó y se fue por ahí.
No hay que reclamar.
Ahora, vamos al testamento.
Hoy, la muerte está difícil.
Hay recursos, hay asilos, hay remedios.
Ahora, la muerte tiene límites.
Y, en caso de necesidad,
la ciencia de la eternidad
inventó la criónica.
Hoy, sí, che, la vida es crónica.
 
 

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